La belleza de lo sencillo

De siete a sietemil

Tomás calleja Guijarro siempre defendió la teoría de que los siete arcos del atrio de la iglesia de Las Vegas, próxima a Sietemil, podrían representar a los siete infantes de Salas (o de Lara), muertos jóvenes en batalla, como consecuencia de una traición y que Sietemil no sería sino un recuerdo del campo de batalla donde uno tras otro, los infantes encontraron la muerte no sin, antes acabar con la vida de siete mil sarracenos. 

Sabemos que hay poblaciones que surgieron para perpetuar con sus denominaciones gestas legendarias que la tradición o la historia situaron en sus pagos. Nuestra geografía está llena de ejemplos memorables y éste podría ser uno de ellos, con un par de pequeños matices. El primero sería que las tierras segovianas nada tienen que ver con la leyenda de los infantes, que a tenor de los estudios de las sucesivas crónicas y del romancero, se sitúa en el alfoz de los Lara, en Burgos y en Soria, donde los siete cayeron en la batalla de Almenar. 

¿Sietemil?
¿Sietemil?

Además, en ningún caso, y esto sí supone una excepción, aparece esta palabra, o número, en la leyenda medieval, ni siquiera sumando a todos los muertos en la contienda; si en algún dato escrito puede basarse este topónimo, que ha sustituido curiosamente el nombre de la batalla por el número de adversarios masacrados, no serían las primeras crónicas sino una obra escrita casi tres siglos más tarde.

Ermita de la Vegas
Ermita de la Vegas

El cómo lugares como Sietemil, fuera cual fuera su etimología real, ocuparon una vez espacio en la geografía segoviana es en realidad el producto de la repoblación de parte de las tierras de Pedraza por parte de burgaleses, que bautizaron las aldeas donde se asentaron con nombres que les resultaban familiares y con los que pretendían mantener viva la épica de sus lugares de origen. Sietemil, en su excepcionalidad, no fue el único caso: Cañicosa y el despoblado de Barbadillo, a corta distancia, guardan también ecos de esta pequeña canción de gesta, el primero por ser el lugar de donde las huestes de los infantes partieron a la batalla y el segundo por ser donde el malvado tío de los infantes fraguó la traición que acabó con sus vidas.

La única referencia escrita a siete mil moros la encontramos en el "Libro de las bienandanzas y fortunas" del historiador vizcaíno Lope García de Salazar un escritor del siglo XV que describió las grandes gestas medievales de la entonces España y en base, imagino, a las distintas Crónicas Generales que desde los tiempos de Alfonso X se habían escrito.

Pero ni siquiera podría demostrarse que esto fuera determinante en nuestro topónimo pues, por la fecha de publicación de esta obra, nuestro pueblo podía perfectamente ser ya un despoblado más, dado que no parece que viera nacer el siglo XVI. Más bien creemos que la tarea de los juglares anónimos, en su afán de engrandecer las historias, pudieron dar la clave para que a alguien se le ocurriera la idea de nombrar el paraje con este redondo número tan adecuado para dar la réplica al número siete de los propios infantes.

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