La belleza de lo sencillo

La leyenda de los siete infantes de Lara

Reconstruir una leyenda como la de los siete infantes de Lara no fue tarea fácil. Las sucesivas crónicas generales y después el romancero se encargaron de modificar y engrandecer una historia que ya la propia tradición oral había adaptado a los gustos y querencias de la población. 

La primera crónica general, la de Alfonso X, prosificó el cantar sin apenas añadir elementos de carácter fantástico que lo pudiera edulcorar. No sucedió así con la crónica de 1344 o con la tercera crónica general, que se basan en un segundo cantar mucho más exagerado. El romancero fragmentó finalmente la leyenda en seis partes, como capítulos de una misma historia, novelada en verso.

Algo sucedió en el siglo X que popularizó la historia de estos siete infantes, para algunos autores nacidos en un mismo parto[i], en forma de pequeñas canciones de gesta, dignas seguidoras de la épica de Mío Cid o de la saga del conde Fernán González. Se estaba fraguando entonces una nación que exaltaba a sus héroes nacionales y era necesario que todos conocieran sus proezas.

¿Quién no ha oído al menos nombrar a estos jóvenes infantes castellanos? Esta legendaria saga familiar, llena de dramatismo, que pudo hacer llenar las plazas de nuestras aldeas durante siglos, reunía todos los requisitos, aún vigentes, para un éxito de público: amor, violencia, muerte y venganza. Como una epopeya nórdica, la leyenda de los infantes sobrevivió durante siglos y se perpetuó también en la literatura desde Juan de la Cueva o el mismísimo Lope de Vega hasta el romanticismo con Manuel Fernández y González o el Duque de Rivas. De los seis romances épicos que la juglaría popularizó, nos quedamos ahora tan sólo con los dos primeros, los dedicados al origen del conflicto y a la muerte de los infantes.


Estamos concluyendo el siglo X cuando Don Rodrigo Velázquez, hermano de la madre de los infantes, celebra sus bodas con Doña Lambra en tierras burgalesas. Los infantes, invitados a las mismas, asisten con buen ánimo, pero algo ocurre que tiñe de sangre los esponsales. Versiones hay para todos los gustos, desde que uno de los infantes mata al sobrino de la novia en bronca discusión, o que los siete acaban con la vida de uno de los criados al sentirse agraviados, o incluso que la propia Doña Lambra se siente acosada por alguno de ellos. Inevitablemente la ruptura familiar se abre camino y el nuevo esposo y tío de los infantes, hostigado por la que ya es su esposa, trama su venganza.

Y, en su retorcimiento, es el propio padre, Gonzalo Gustios, quien, engañado, entregará a Almanzor, en persona, la secreta carta de su cuñado para que sus hijos puedan ser aniquilados en desigual batalla y sus cabezas vendidas al moro.

El resto es desagravio, pero ahora en la figura del hermano bastardo, Mudarra, que restituye el honor perdido de la familia, y el recuerdo de los infantes .

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