La belleza de lo sencillo

La Aldea Luenga

Lo que un día fue La Aldea Luenga o aldea grande se extiende al sur de la cañada real soriana occidental, en el piedemonte; allí están sus barrios y ninguno lleva su nombre.

Cuatro pequeños núcleos de población componen actualmente Aldealengua; dos con denominación geográfica (Ceguilla y Cotanillo) y otros dos con el nombre implícito de su repoblador (Martincano y Galíndez)


Dos pequeños núcleos urbanos se asientan a ambos lados del río, Ceguilla, sede del Ayuntamiento, y Cotanillo, prácticamente deshabitado. Son dos de los cuatro que componen el puzle de Aldealengua. No tienen iglesia, ni siquiera cementerio. Al igual que en Santiuste y Orejana, lo comparten, en este caso, con otras dos pequeñas localidades un poco más alejadas, Martincano y Galíndez.

Equidistante de los cuatro barrios, el río Ceguilla, cada vez más próximo a su destino final y ya muy cerca de la nacional 110, se adentra en la dehesa, donde los fresnos toman ahora un fantasmagórico protagonismo de cuento de hadas. Estamos en el llano, en la zona llamada de las Pasturas, una bella fresneda donde, entre el Ceguilla y el arroyo Martincano, se esconde la solitaria iglesia románica de Nuestra Señora de la Asunción, la parroquia. Junto a la iglesia, cómo no, el cementerio. 

No hay muchas noticias de esta localidad medieval, pero sí hay indicios de lo que fue; a comienzos del XVI aún conservaba este primer nombre que hacía honor a sus treinta y dos vecinos, lo que significada que era, dentro de la comunidad de Pedraza, una aldea media. Hubo momentos en que llegó a aglutinar numerosas poblaciones, hoy desaparecidas, que la toponimia de la zona o los restos de sus derruidas construcciones han ayudado a conservar, al menos en el recuerdo colectivo. Así conocemos de la existencia de más de diez aldeas, que fueron poco a poco declinando de forma natural hasta desvanecerse, como San Polillo, que tenía una ermita tan estrecha que "el altar llegaba a la pared".

De los cinco barrios con que contaba Aldealengua en tiempos del Señorío del Ducado de Frías y hasta bien entrado el XIX, ya sólo quedan cuatro, aglutinados por el nombre de lo que fue su capital, y de su devenir histórico no nos quedan reseñas sino de su sencillez o quizás de su pobreza, hasta el punto que Madoz, en su diccionario histórico-geográfico de hace siglo y medio, describía sus viviendas como chozas, incluyendo la del Ayuntamiento, que a su vez servía de escuela. Su población ha menguado drásticamente desde esta época pasando de más de seiscientos habitantes a apenas ochenta.

De su escaso patrimonio arquitectónico ha sobrevivido, sin embargo, disimulada en la fresneda, una dama muy peculiar: Nuestra Señora de la Asunción, la catedral de la sierra, su enorme iglesia parroquial, de origen románico, que pasó de estar en ruinas a ser felizmente restaurada a mediados del pasado siglo y su declaración como bien de interés cultural en 1983 la salvó de un inmerecido olvido.

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