Tierras de pastores y leyendas
Nos vamos de buena mañana a pasear por tierras humildes, y escogemos las de la comunidad de Pedraza, espectaculares en su sobria sencillez, verdes por sus enebros y sabinas, grises por sus centenarias vallas de piedra y vertebradas por el Cega y sus tributarios. Son tierras de carácter, donde el río, o su ausencia, han gestado el paisaje.
El mapa de la historia situó a Pedraza en la confluencia de importantes comunidades en el Medievo; las comunidades de Segovia y Sepúlveda, que se comunicaban entre sí a través de estas tierras medias, por el camino Real Viejo.
Una maraña de sendas, carreras y veredas estaban ya al uso entonces para el paso de viajeros, ovejas y pastores. Todas las localidades, incluso las más pequeñas, comunicaban ya entonces con su villa, Pedraza, que, desde su alto y poderoso enclave, parecía elevarse aún más, proyectando su sombra sobre el Guadarrama.
Nunca fueron terrenos ricos y prueba de ello fue la herencia que sus repobladores norteños dejaron, el pastoreo y la toponimia. "Sepúlveda, villa de señores; Pedraza, villa de pastores", decían, no sin altivez, en aquellos tiempos heroicos sus vecinos y antes dueños. Y, curiosamente, esa humildad o austeridad obligada, tan pedrazana, aún sigue ahí, en ausencia y en presencia, en sus construcciones y en sus gentes.
En su época dorada, el siglo XV, independiente ya de la vecina Sepúlveda, ésta agrupaba más de sesenta aldeas en torno a dieciocho concejos y todas ellas, con su villa a la cabeza, formaban una compacta unidad geográfica e histórica, con personalidad propia.
En este territorio, el paisaje siempre se me ha revelado imponente desde su más profunda sencillez. Aquí el Guadarrama y la llanura han vertebrado un territorio donde todo tiene un plan, donde nada es casual. Aquí, en palabras de Giner de los Ríos, padre del paisajismo moderno, "asoma por doquiera el esfuerzo indomable que intenta abrirse paso a través de obstáculos sin cuento".