La belleza de lo sencillo

El palacio olvidado de Buengrado

Sobre un minúsculo otero y entre campos de remolacha, las escasas piedras de Buengrado, fechadas en el siglo XIII, bien podrían confundirse con cualquier otro vestigio anónimo.

Al suroeste de la localidad de Perosillo, a unos 2 kilómetros, escondidas en una arboleda, se localizan las ruinas del que fue el Palacio de Buengrado, el único resto de lo que fue una pequeña aldea medieval, que  carecía ya de población a comienzos del XIX. No obstante Madoz, en su diccionario geográfico describe el Palacio de Buengrado, famoso en la historia de Segovia, del que se conservan bóvedas, cercados, caballerizas, estanques, fuentes...

Pero no! Si visitamos Perosillo, y nos dirigimos cerca de su cementerio, no tendremos oportunidad de comprobar, ni remotamente, la descripción de Madoz; la tradición oral nos recordará, sin embargo, que el edificio que ya no vemos, y ni siquiera imaginamos, podría haber sido parte de un palacio, uno más de los que tuvo Enrique IV de Castilla, el hermanastro de Isabel La Católica, como finca de caza y descanso. Nos gusta pensar que así fue y que tuvo ilustres visitantes, como Juana la Beltraneja... o Doña Juana, la Loca y que, como el historiador Quadrado escribiera en su día, tuvo su pasado de esplendor y pudo ser uno de los grandes de la provincia. Parece que el lugar pasó posteriormente a ser propiedad de los duques de Alburquerque hasta su abandono total en la época de la desamortización. Solo tuvo una utilidad mucho tiempo después, el de probar los toros que iban a ser corridos en los encierros de Cuéllar. 

De Buengrado sólo queda un vago recuerdo; se desvaneció en el mismo tiempo y ni siquiera  las excavadoras han podido encontrar su esencia. 


Ruinas del Palacio
Ruinas del Palacio

La iglesia parroquial de Perosillo, Nuestra Señora de Melgar, es un templo sencillo con una torre notable. Allí se guarda la talla románica de la Virgen de Buengrado, que dio nombre al despoblado olvidado. 

Perosillo fue también patria de conquistadores, como es el caso de Bartolomé de Cuéllar, el de la Huerta, que llegó Cuba con Diego Velázquez de Cuéllar.

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