La belleza de lo sencillo

Un templo

15.10.2022

Lo heroico y lo espiritual son en Alquité señas de identidad en una historia con un mismo principio y final. La arquivolta central de la entrada al templo es en Alquité un juego de interpretación, en el que un caos aparente quiere tomar forma de mensaje.


Alquité representa toscamente la concepción dramática de la vida, en la que la dualidad del hombre entre lo terrenal y lo espiritual navega en la borrosa frontera del pecado, pero también donde la luz de la salvación se erige victoriosa sobre las tinieblas. Su finalidad es didáctica: sólo avanzando hacia Dios se llegará al paraíso y para ello la superación de cada una de las pruebas a las que la humanidad es sometida, supone un escalón más en la conquista de la redención.

La luz

El arco está presidido por la cruz, un pequeño y tosco relieve de lados iguales, de apariencia templaria, tallado sobre una base triangular y enmarcado en un óvalo a semejanza de un escudo. Es la clave del arco, el punto central de la arquivolta, el comienzo y el destino último de la vida, el alfa y el omega de la existencia; es el triunfo del bien sobre el mal, de la salvación frente a la tentación, la línea que marca el camino de la luz frente al de las tinieblas. A su izquierda, un extraño y rudimentario ser, mitad humano mitad animal, parece estar asociado a ella, como si la cruz fuera su escudo, unidos ambos por el sentimiento religioso-heroico que definió la razón de ser de las órdenes de los caballeros cruzados del Medioevo. La cabeza, presumiblemente humana, parece inscrita en una especie de capuchón militar y en su cuerpo, las extremidades superiores se asemejan a alas plegadas mientras que las inferiores se ocultan tras una especie de cola de pez. Tres formas fabulosas y diferenciadas que dan a su conjunto la sensación de quererse elevar, de trascender, como la propia alma inmortal.


Al otro lado de la cruz, en posición sedente, una figura de rasgos primitivos toca un instrumento de cuerda similar a una lira, que nos recuerda, con pocas reservas, al mítico rey David. Su imagen es un elemento recurrente en el Medioevo, asociado frecuentemente a la música, sacra y profana, a la que recurría para alabar a Dios y repeler el espíritu del mal que constantemente lo asediaba. Al igual que en otros templos de la cercana Soria, el rey viste lo que parece un manto, dejando al descubierto sus calzas, que cubren sus piernas separadas, y está acompañado por lo que podría ser la cara de uno de sus músicos, dando al conjunto un curioso aspecto ciertamente evocador. La cruz, el caballero alado y el rey David representan la victoria de la luz sobre las tinieblas del pecado y el triunfo del bien en la lucha que supone la existencia.


Las tinieblas

Y para combatir esa tentación, Alquité también nos habla de miedo, no sólo como control ideológico, sino del miedo a lo desconocido, y nos instruye sobre estas tentaciones que pueden apartar al ser humano del gozo de la luz, representándolas a ambos lados de la misma arquivolta central, en curiosa asimetría.

A nuestra derecha y en número de dos, el número de la ambivalencia y el conflicto, el peligro imprevisible y el mal, acechan al hombre en forma de dos monstruos desproporcionados con forma de dragón, de gran tamaño, que dos jinetes a caballo, con espadas desenvainadas, encaran e intentan derrotar. Trasgos o dragones, lo mismo da; son fantasmagorías imposibles en lucha con caballeros, que, duplicados, repiten el mismo modelo con mayor o peor acierto o pericia; dos ideas repetidas, posiblemente de dos escultores distintos, pero un único mensaje que nos recuerda de alguna forma el conocido tema de San Miguel venciendo al maligno. Nada sabemos del final de esta doble contienda, pero puede intuirse por la posición de las figuras que el bien vencerá al mal, en el marco de la obsesión medieval por la salvación.


La parte izquierda de la arquivolta repite este mismo tema en su parte inferior; en este caso, otro caballero, armado también de espada, cabalga sobre una sirena-pájaro, una simbiosis de ave y mujer, lujuriosa, voluptuosa y poseedora de un poder de atracción fatal, con la que ya la Odisea de Homero nos había familiarizado siglos antes. Desgraciadamente la cabeza del caballero no ha llegado a nuestros días, pero, aun así, no es necesaria para interpretar su posición de dominio sobre la bestia, que no admite duda: Él controla victorioso las riendas del monstruo y compromete al cristiano en una lucha permanente contra la tentación, demostrando que puede ganarse la batalla.


En orden ascendente hacia la clave, cinco esculturas con aparente forma de ave fantástica, en diferentes posiciones, parecen guardar un enigma de difícil resolución. Todas ellas muestran un rostro casi humano, como en el románico soriano, que en ningún caso transmite violencia. El número nos sorprende, cinco: superan el tres, el número de la Trinidad, la perfección; se desvían del todo ejemplificado en el número cuatro y no llegan al ocho que definiría para el hombre del románico la regeneración. Nos sorprende también la variedad de posiciones del conjunto: Las dos primeras se exhiben contrapuestas, las dos siguientes confrontadas y la quinta, la más próxima a la clave, extiende sus alas en un intento de alcanzar la Luz. Dicen muchos expertos que las aves suelen representar el alma humana, tanto de los salvados como de los condenados. Puede que en Alquité sea así.


La doctrina no concluye en esta singular arquivolta, y así lo entendió el maestro de Alquité que hizo sustentar su arco de acceso sobre dos capiteles a la moda del simbolismo románico de la época. A la izquierda, dos leones y a la derecha dos sirenas-pájaro, contrapuestos en posición y en mensaje, dan la bienvenida al recinto sagrado. No son nuevas en el románico segoviano, pero sí peculiares por la ingenuidad de su realización. Las cuatro figuras parecen inmersas en un mundo vegetal que parece querer alcanzar al propio arco; La dualidad entre el bien y el mal está servida. Ya sabemos de las argucias de la sirena pájaro y del aviso que su figura en piedra supone; los leones, por su parte, de un aspecto casi bovino, atribuible al desconocimiento de una fauna tan lejana y desconocida en Europa, parecen dar la bienvenida al templo, advirtiendo de la tenue frontera que separa lo terrenal de lo espiritual y contribuyendo a reforzar en su dualidad la lucha interior que el hombre enfrenta y la propia contradicción de su condición.


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